Según viejos pergaminos el diablo solía aparecerse por Píllaro en el siglo XVI, a inicios de la Colonia. Hoy, pasado el mediodía del 1 y el 6 de enero más de mil diablos bajan desde los barrios hacia el parque central, brincando, gruendo y exhibiendo unas máscaras espectaculares, las mejores del país en su género, hechas de papel engomado, con dientes y cachos de animales. Los diablos traen capas, pelucas, fuetes y animalitos vivos o muertos en la mano, que usan para asustar a los mirones.
La tradición de la "diablada" exige que quien se disfrazó una vez tendrá que bailar los doce años siguientes, sino quiere pasar las da Caín. Por el contrario cumplir con el rito trae buena fortuna.